Escena de apuestas bélicas

Juegos de azar en el ejército: cómo los soldados apostaban con cartas, dados y sus vidas

A lo largo de la historia, los soldados han enfrentado condiciones extremas: presión psicológica, largos periodos de inactividad entre combates y la constante sombra de la muerte. En este caos, el juego no surgió solo como entretenimiento, sino como un ritual profundamente arraigado: una válvula de escape mental, una forma de probar la valentía y, en ocasiones, una herramienta de control. Desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial hasta las selvas de Vietnam, los juegos de azar acompañaron a los ejércitos en campaña.

Juegos por la cordura y la supervivencia

En los brutales escenarios de guerra, especialmente durante los momentos de inactividad, el juego se convirtió en una estrategia para sobrellevar el estrés. Soldados atrapados en trincheras húmedas o puestos avanzados remotos usaban cartas y dados como refugio mental. No se trataba solo de ganar raciones o dinero, sino de encontrar un atisbo de normalidad en medio del caos.

Durante la Primera Guerra Mundial, las tropas británicas y francesas solían organizar partidas improvisadas de póker usando cigarrillos o cerillas como fichas. Estas actividades ofrecían distracción, pero también estructura — reglas claras en un entorno regido por la incertidumbre.

En muchos casos, los juegos fomentaban la camaradería. Apostar era una oportunidad para compartir historias, formar lazos y olvidar por un rato lo que depararía el próximo día. Incluso los oficiales superiores participaban a veces, conscientes del valor psicológico de estas rutinas.

La necesidad psicológica del riesgo

El juego apela a un impulso humano profundo: la atracción por el riesgo, la emoción de ganar. Para los soldados, reflejaba las decisiones que enfrentaban en el campo de batalla. Lanzar los dados o girar una carta simulaba las elecciones de vida o muerte que hacían a diario. Para algunos, jugar se convirtió en un ritual para confrontar el miedo de forma controlada.

Psicólogos que han estudiado a veteranos señalan que los juegos de azar daban una sensación momentánea de control. Cuando la vida estaba determinada por los caprichos del conflicto, el azar se convertía en una forma simbólica de decidir el destino. No era raro que se apostara no solo con cartas, sino también con pronósticos sobre quién sobreviviría a la siguiente patrulla.

Esta función psicológica explica por qué el juego persistió incluso frente a la oposición de mandos militares. No era solo una distracción, sino un reflejo íntimo de la experiencia bélica.

Control, disciplina y subversión

Mientras algunos ejércitos intentaban erradicar el juego, otros lo toleraban e incluso lo fomentaban de forma controlada. Comandantes de ambos bandos en las guerras mundiales sabían que mantener la mente ocupada ayudaba a prevenir la indisciplina y el desorden.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados estadounidenses jugaban póker y dados entre misiones. El alto mando, reconociendo la inevitabilidad del juego, muchas veces hacía la vista gorda. Incluso en campos de prisioneros de guerra, el juego florecía, sirviendo como acto de rebelión y método para preservar la moral.

Pero no todo era positivo. La adicción, las disputas y el engaño eran comunes. En el ejército soviético durante la guerra en Afganistán (1979–1989), se reportaron conflictos violentos derivados del juego, lo que obligó a imponer regulaciones más estrictas. Sin embargo, las prohibiciones rara vez lograban eliminarlo por completo — simplemente lo empujaban a la clandestinidad.

Juego regulado vs. clandestino

En algunas culturas militares, el juego se institucionalizó parcialmente. El ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, permitía torneos organizados en determinadas unidades. Por otro lado, proliferaban redes clandestinas, especialmente en zonas de retaguardia o tras grandes ofensivas, cuando abundaban objetos saqueados o dinero.

Los combatientes del Viet Cong y el Ejército Norvietnamita apostaban arroz, munición o artículos capturados. Estas apuestas tenían consecuencias directas para la supervivencia personal, y reflejaban cuán arraigado estaba el instinto de jugar — más allá de ideologías o recursos.

Incluso capellanes y personal médico participaban a veces en estas partidas, lo cual demuestra su aceptación social. Mientras se mantuviera la cadena de mando, el juego muchas veces era ignorado — o silenciosamente incentivado.

Escena de apuestas bélicas

Legado y ecos culturales

Hoy, el juego militar persiste en la memoria cultural de muchas naciones. Las memorias de veteranos están llenas de anécdotas sobre partidas intensas, dados afortunados y apuestas trágicas. Estas historias forman parte del folclore de guerra — capturando tanto la ligereza como el horror vivido por los soldados.

Ejércitos modernos como los del Reino Unido y Estados Unidos actualmente desarrollan campañas para alertar sobre los peligros del juego entre veteranos. Se ha documentado ampliamente el vínculo entre estrés postraumático y conductas adictivas, por lo que el apoyo psicológico a menudo incluye tratamiento para la ludopatía.

Aun así, para muchos excombatientes, jugar no es visto como una amenaza, sino como un símbolo de resistencia. Un hábito nacido no del ocio, sino de la necesidad. En momentos críticos, los juegos de azar ofrecían una forma de sentirse vivo ante la incertidumbre.

Del campo de batalla a la memoria

Películas y novelas han reforzado la imagen del soldado apostador, inmortalizando escenas de guerra donde los juegos de cartas o dados son protagonistas. Ya sea en una villa italiana o en una trinchera, la escena resuena con el público.

Museos militares en países como Canadá, Reino Unido y Australia exhiben objetos de juego: barajas desgastadas, dados tallados a mano y registros de partidas en campos de prisioneros. Estos artefactos cuentan historias personales — de hombres que, a su manera, desafiaron la deshumanización de la guerra con un simple juego.

Mientras exista el conflicto armado, existirá también la necesidad humana de encontrar sentido, distracción y humanidad a través del juego. Porque los dados, más allá del azar, ofrecían esperanza.

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